ESTADO VIEJO, NACIÓN TARDÍA: LA CONSTRUCCIÓN NACIONAL EN LA ESPAÑA DEL XIX

Por Antonio Adsuar Saludos amigos, ¿Cómo va todo?, En vuestro blog favorito sobre historia de Alicante y sus marcos español y valenciano ha llegado la hora de concluir...

Por Antonio Adsuar

Saludos amigos, ¿Cómo va todo?,

En vuestro blog favorito sobre historia de Alicante y sus marcos español y valenciano ha llegado la hora de concluir con la serie de posts sobre historia de España en el siglo XIX. En este artículo me centraré en el proceso de construcción nacional español en el novecientos y trataré de explicar como sus características nos ayudan a hacer balance de toda una centuria de la vida española. Adelante!

Hablemos un poco primero someramente de qué es la construcción nacional. La nación se genera en la Europa del XIX a partir de la aparición de un relato que acaba estructurando una comunidad imaginada, un grupo simbólico con características reconocibles y comunes, con el que la gente se identifica.

La nación es una narración que va creando sentimientos de pertenencia. Hoy en día somos conscientes de que las naciones son fruto de creaciones sociales comunes y en general las ciencias sociales ya no creen en los «espíritus del pueblo» inmutables y metafísicos pero sí en relatos que crean adscripciones identitarias con bases históricas y lingüísticas sólidas.

¿Por qué es tan importante la construcción nacional?, La respuesta es clara: con las revoluciones liberales de EEUU y Francia la soberanía, el concepto clave para entender el poder, pasa a residir en la nación, no en un rey designado por Dios. Aquel que representa a la nación, por lo tanto, tiene derecho a gobernar. Todos los estados poderosos del siglo XIX se lanzan a edificar sus naciones para legitimarse en tanto que poderes.

¿Con qué instrumentos cuenta el Estado para tejer nación?: con la escuela, el ejército, los monumentos conmemorativos, los himnos, las banderas…En España, como veremos, el proceso de «nacionalización» del pueblo no fue más que parcialmente exitoso.

Todo lo comentado anteriormente nos lleva a la necesidad de reflexionar sobre el Estado español. Recordemos que, históricamente, lo que fuera después el Reino de España había sido una realidad estatal muy compleja, que había tenido que gestionar un muy diverso cosmos político de reinos plurales: Castilla, la Corona de Aragón, las posesiones europeas de la monarquía, los dominios americanos.

Era por lo tanto el Estado hispánico un dispositivo de poder antiguo, viejo, particular, que en el siglo XIX se enfrenta a la situación de generar una nación e intentar que esta sea homogénea, lo que entra en contradicción con dos de sus características constitutivas: su inmensa pluralidad y su déficit histórico de construcción de un pueblo común.

Ya podemos adelantar que el proceso de construcción nacional española será exitoso en relación a la generación de unas élites nacionales (aunque estas, a pesar de ser claramente existentes, no fueran capaces de generar hasta la Restauración un consenso político claro) pero no lo será tanto en cuanto a una tarea fundamental: la generación de un pueblo en sentido político, de una nación cívica en la forma en la que se constituyó en Francia. Todo el XIX y gran parte del XX mostrarán patentemente un déficit clave: faltó un verdadero pueblo constituyente que diera sustento y legitimidad moderna al Estado-Nación.

La española será, por lo tanto, una nación tardía. ¿Qué otras carencias se fueron evidenciando con el paso del tiempo? En primer lugar el relato que se articuló con el objetivo de ensamblar la nación estaba demasiado centrado en la historia de Castilla, dejando de lado la historia de la Corona de Aragón. Toda la psicogeografía y metafísica que pondrá en juego el Regeneracionismo de finales del siglo XIX y principios del XX se basará demasiado en la mistificación de una España únicamente construida a partir de las esencias castellanas.

La inmensa pluralidad etnográfica que históricamente habían tenido de las poblaciones del Imperio Hispánico se va reduciendo a lo largo del siglo XIX con la pérdida de las mayoría de las colonias americanas en la década de 1820 y con el definitivo colapso del imperio español tras la pérdida de Cuba en 1898. No obstante, contra lo que cabría esperar, un Estado ya prácticamente centrado en los territorios de la península ibérica tuvo dificultades a la hora de construir su nación, ¿Por qué?

La dimensión imperial de las realidades hispánicas había generado unas formas de poder ajenas al pueblo. Las gentes que vivían bajo el poder imperial hispánico veían al poder como algo ajeno, sagrado.Reverenciaban al poder como pueblo católico que obedece a unos representantes elegidos por Dios. El mantenimiento del catolicismo del concilio de Trento, del catolicismo clásico totalmente contrario a la reforma protestante de Lutero, impidió crear en España un pueblo políticamente consciente de si mismo, que sintiera que el poder le pertenecía, que el poder era algo terrenal de lo que podía formar parte.

Por este motivo la producción de guerras imperiales continuas fue tan importante para apuntalar el poder del Estado español. No en vano cuando se perdió Cuba las élites tradicionales dirigieron su mirada a Marruecos para generar otra guerra de conquista que sirviera para mantener el status quo.

 

Francisco Pi i Margall

La debilidad constitutiva real y radical, la falta de comunidad cívica, se suplía concentrando las energías del país en la enésima guerra de rapiña innecesaria. Se veía de manera evidente que el pueblo, la nación, no era la soberana. El motor de la soberanía era el Rey, que en connivencia con el ejército orientaba los destino de un Estado débilmente nacionalizado.

De nuevo recordemos el momento clave, la oportunidad perdida. Durante el sexenio democrático-Iª República española (1868-74) pareció que se podía articular un Estado más plural y legitimado con la participación de las masas y de las élites periféricas vascas y catalanas. La modernidad y en Estado español parecieron ser compatibles por un instante.

Pero, como se sabe, este intento fracasó. Los obreros se vieron abocados a un enfrentamiento con el Estado a través de su conciencia de clase. Se iniciaron procesos de construcción nacional diferentes al español en los territorios catalán y vasco.

En realidad era la vida local la que generaba dimensiones afectivas vinculantes en las poblaciones, eran los niveles comarcales, provinciales o regionales los que contenían los lazos de solidaridad comunitaria y política. Pero esta realidad chocaba con un poder centralista que representaba la España oficial, la España muerta, que vivía de la moderna economía periférica y de la rapiña de sus guerras coloniales.

De nuevo la Restauración, con el marcado desprecio de Cánovas, su arquitecto, por el pueblo, mostró la alergia del Estado español a la modernidad, a las formas mínimamente democráticas. Durante todo el XIX y gran parte del XX no hubo nación política de masas bien constituída, no hubo poder constituyente real de carácter popular.

La IIª República española, aquella que soñaba Pi i Margall que tal vez resolviera los destinos de España, fue un intento de generar un régimen con un verdadero componente popular. Pero se empeñó a crear un marco político excluyente, que dejaba fuera a las élites tradicionales y el pueblo español existencial, radicalmente católico.

De ahí se pasó al caos, a la guerra civil y a la dictadura comisaria del general Franco. Pero esto ya es harina de otro costal, este post pretende servir para dibujar el mapa de problemas español del siglo XIX.

Espero amigos que os haya gustado esta entrada. En el siguiente post ya nos centraremos en Alicante; Iniciaremos la serie de artículos sobre la Terreta en el siglo XIX pensando la aparición de la provincia y la significación para nuestras comarcas del hecho provincial. ¡Un saludo a todos!

Por Antonio Adsuar

*Fuentes principales: VV.AA. «Nueva historia de la España contemporánea», Ed. Galaxia Gutemberg,  J.L. Villacañas «Historia del poder político español», ed. RBA, T. Pérez Vejo, «España imaginada», Álvarez Junco, «Mater dolorosa»

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