LA RESTAURACIÓN (1): JUGANDO A DETENER EL TIEMPO

Por Antonio Adsuar Hola a todos #AlicanteLovers, Ya nos adentramos en la fase final de nuestro recorrido por la palpitante España del siglo XIX. En la entrada de...

Por Antonio Adsuar

Hola a todos #AlicanteLovers,

Ya nos adentramos en la fase final de nuestro recorrido por la palpitante España del siglo XIX. En la entrada de hoy exploraremos los primeros momentos de la etapa política conocida como «la Restuaración» (1875-1923), que se ha denominado así por ser una época que vivió marcada por la vuelta de la dinastía Borbón al trono de España.

Como ya detallamos en el post anterior, la 1a República española (1873-74) fue un caos total y terminó con el pronunciamiento del general Martínez Campos en Sagunto el 29/12/1874, que acabó con el régimen republicano y devolvió la corona a los monarcas de origen francés.

Antonio Cánovas del Castillo

Ya a principio de ese mes, el futuro rey Alfonso XII afirmó estar listo para asumir la responsabilidad de ponerse al frente de los destinos de España. Esta aseveración política había tomado cuerpo con la difusión del llamado «Manifiesto de Sandhurst», que era el nombre de la academia militar británica en la que se formaba el eventual monarca.

Como veremos, no es casual que el futuro rey actuara desde el Reino Unido. De hecho, el ideólogo de toda la maniobra política que condujo a la Restauración borbónica, Antonio Cánovas del Castillo, copió de este país el modelo político basado en un sistema bipartidista que permitía el turno pacífico de los dos principales partidos.

La verdadera piedra angular que sostenía todo el sistema del régimen dibujado por el hábil Cánovas fue la constitución de 1876, una carta magna pactada entre unas restringidas élites.

Alfonso XII

Estamos ante un texto legal supremo moderado pero flexible. Más allá de los acuerdos clave entre los dos partidos burgueses que se alternaban en el poder, el partido liberal progresista y el partido liberal moderado,  que incluían el carácter monárquico del nuevo régimen, la oficialidad legal del catolicismo como religión de Estado y el mantenimiento y el orden y el respeto a la propiedad privada, más allá, decíamos, de estos acuerdos vitales que proporcionan una importante estabilidad, cada uno de los 2 partidos gobernantes podía legislar a su gusto.

¿Qué otras características clave definían la constitución de 1876? En relación al sufragio, campo de batalla que generaba discordia tradicionalmente, la ley suprema ofrecía una redacción inconcreta que permitó que los liberales moderados apostaran por el sufragio censitario legislando en este sentido en 1878, mientras que los liberales progresistas se decidieron por el sufragio universal en 1890.

Podemos decir que la Restauración fue un éxito si tenemos en cuenta que su objetivo fundamental era la generación de estabilidad política después de los convulsos tiempos del sexenio democrático (1868-74). Esta calma que consiguieron las élites españolas del período también permitió cerrar dos episodios bélicos que estaban en curso: la tercera guerra carlista fue ganada de nuevo por los liberales en 1876 y se consiguió una acuerdo con los rebeldes cubanos cesando las hostilidades gracias a la paz de Zanjón de 1878.

La consistencia política del régimen permitió asimismo un crecimiento económico sostenido.

Pasada ya revista a los hechos principales de esta primigénea etapa de la Restauración, extendámonos algo más con el objetivo de realizar un examen más estructural de las causas últimas que permitieron la construcción de un sistema duradero y fiable.

El rol fundamental del monarca fue, en este sentido, decisivo. El pensamiento preclaro del verdadero artesano político de la Restauración, Cánovas de Castillo, nos puede ayudar a entender mejor el esquema que ante nosotros se despliega.

Para Antonio Cánovas el rey y la dinastía histórica borbónica, constituían la esencia de la nación española, su ADN más básico. Rey y Reino eran los dos elementos que integraban la verdadera constitución existencial de España.

El monarca era el único principio de unidad fáctico e histórico que debía ser tenido en cuenta. Solo a través de él existía la nación. Ni el pueblo ni la élite burguesa (revolucionaria o no) podían en modo alguno detentar la soberanía ni hacer existir España por si mismos. El soberano verdadero, el magnífico y único motor de la España existente, no podía ser otro que el Rey.

Si comprendemos la radicalidad y centralidad de este argumento podremos entender a su vez el déficit clave de la Restauración: su incapacidad para contar con el pueblo, con las masas españolas cada vez más politizadas.

Para Cánovas la Restuaración era, ante todo, un instrumento político, un engranaje que debía alejar a la chusma, al pueblo bajo, a las muchedumbres andrajosas y peligrosas del poder. El régimen restaurador desea sobre todo detener el tiempo, evitar que la modernidad que crecía en la sociedad española a base de industrialización y obreros, llegara a tocar el Estado.

Como podemos observar diáfanamente las élites españolas desconocen a su pueblo y lo desprecian; otra constante hispánica tan histórica como negativa.

No obstante, como sabemos, la España periférica (Cataluña, País Vasco, nuestro territorio valenciano, partes de Andalucía) era la España viva, la que evolucionaba. El centro retenía el poder pero quedaba anquilosado, lento, muerto e impertérrito. De nuevo el poder Español se emplaba a fondo luchando contra el tiempo, contra el progreso, contra la moderidad en definitiva.

La nación en evolución, que no había sido soberana nunca durante todo el XIX, acabará sin embargo desbordando el rígido corsé canovista y provocando la crisis de las Restauración. Pero esto amigos, es ya otra historia…¡Espero que os haya gustado el post! Abrazo

Por Antonio Adsuar

*Fuentes principales: VV.AA. «Nueva historia de la España contemporánea», Ed. Galaxia Gutemberg,  J.L. «Historia del poder político español», ed. RBA

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1 comment

  1. APA Responder

    Potser el pla de Cánovas tenia la sement de la seua mort dins d’ell mateix.
    No crec que Cánovas arribara ni de bon tros a plantejar-se com havia de ser Espanya en el futur que vindria un poc més enllà de l’immediat. Fora potser la seua idea la d’una petrificació infinita del règim, que, com vorem al seguit de la Història, els va caure damunt, convertida en pols, a partir del 1923. L’oblit de l’existència del poble, de la nova força d’unes masses amb poder real, que es venia venir de lluny, no deixà al sistema canovista perpetuar-se en un règim que es morirà d’un gran esclat a 1936.